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Casi cuatro años y medio han pasado muy rápido y muy lento. Las cosas propias que compartíamos ahora forman parte totalmente de los dos. No hace falta ni una sola palabra, y sin embargo todavía falta mucho por hablar y contar. Dicen que la costumbre hace culos gordos y mentes planas, pero la costumbre se convierte en la vida misma, no puede ser de otra manera y no quiero que sea de otra manera. Gracias a que cada día estás en casa [o vuelves], puedo ser yo y salir a la calle a hacer mi vida. Gracias a esos tés que necesariamente tienes que colar, a los no-masajes, a tu síndrome de aspersor, a tus aromas, a tus puertas abiertas y luces encendidas, a tus conversaciones interesantísimas mientras duermes, a tus vicios y manías, que no son más que las mías, y a todas las cosas que hacen que, a pesar de todo, a pesar de nosotros, sigamos amándonos y yo siga emocionándome cada vez que pienso en nuestras primeras veces.

Como la primera vez que acariciamos a una jirafa...


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